Hoy 20 de enero se celebra el vigésimo aniversario de la muerte de una de las actrices más queridas del cine de todos los tiempos: Audrey Hepburn. Una intérprete que conquistó no sólo por sus interpretaciones sino también por su belleza, su sencillez y su apoyo a las causas más desfavorecidas.
El 4 de mayo de 1929 fue cuando vio la luz esta mujer, Edda Kathleen van Heemstra-Ruston, en Bélgica en el seno de una familia formada por un banquero inglés y una baronesa de origen holandés. La misma se rompería tiempo después a partir de la separación de sus padres, un duro revés para su infancia durante la cual además vivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Penurias alimenticias, que le trajeron consigo enfermedades como una anemia, y desastres personales, como el fusilamiento de su tío o el encierro de uno de sus hermanos en un campo de concentración, fueron algunos de los hechos que marcaron la vida de Audrey para siempre. Sin embargo, ella intentó huir del dolor y encontró consuelo en el baile. No obstante, su débil salud le impidió desarrollar una carrera en el mundo de la danza.
De ahí que apostara por la interpretación y pronto consiguiera sus primeros papeles en Broadway y en Hollywood. Ese fue el inicio de una meteórica carrera profesional en la que consiguió dos Oscars, varios Globos de Oro y tres Premios BAFTA, entre otros galardones. Y todo ello gracias a magistrales actuaciones en películas que ya se han convertido en clásicos de la historia del cine como My fair lady (1964), Desayuno con diamantes (1961), Historia de una monja (1959), Vacaciones en Roma (1953) o Sabrina (1954).
Su humildad consiguió que fuera una de las actrices más queridas por sus propios compañeros al tiempo que admirada. Y lo mismo sucedía con el gran público que la convirtió en un icono por su buen hacer profesional y sus valores personales.
Por todo ello, hoy a pesar de haber pasado veinte años de su muerte, sigue muy presente en el corazón de todos los cinéfilos.
